Hoy, 3 de marzo, se cumplió 1 año desde que la pandemia del coronavirus llegó hasta nuestro país. Hace un año cambiaban las vidas de todos y todas para siempre.
Por eso hoy es un momento preciso para deternos, alejarnos un poco de la coyuntura y recordar, pensar, valorar qué nos pasó durante estos 365 días.
El 3 de marzo de 2020, en una conferencia de prensa, el entonces ministro de Salud, Ginés González García, confirmaba que un hombre de 43 años que había viajado a Europa era el primer paciente con coronavirus en Argentina.
17 días después, el 20 de marzo de 2020, el presidente anunciaba el comienzo del aislamiento social preventivo y obligatorio, y allí inauguraba una etapa que recordaremos cada vez que escuchemos el término filminas.
La llegada de una enfermedad mortal, en un principio desconocida, nos dejó atónitos y con cierto temor por algún momento. El sólo hecho de imaginar que un virus imperceptible terminaría con la vida de alguien que queremos, nos preocupó a muchos de nosotros y nosotros.
La llegada de esta pandemia trajo consigo sensaciones y momentos que atravesaron, sin distinción, a cada habitante del suelo argentino. Me animaría a decir que nadie en este país hoy puede afirmar que su vida no cambió, durante este tiempo, en el más mínimo aspecto.
Las estadísticas marcan que hasta hoy, después de un año de aquel 3 de marzo, 2 millones 118 mil 676 personas se contagiaron con coronavirus, mientras que 52.192 personas murieron a causa de la enfermedad. Más de 50 mil personas dejaron de estar entre nosotros, más de 50 mil seres queridos que hoy muchos extrañamos.
Aunque con el diario del lunes podríamos decir que fue más extenso de lo que podría haber sido, el consecuente aislamiento salvó miles de vidas en un contexto de incertidumbre total. Sin embargo, hablando de incertidumbre, el parate en la actividad económica nacional generó un 10% de retroceso en la economía argentina.
Eso significó miles de personas que quedaron sin trabajo, miles de personas que cayeron bajo la línea de la pobreza y miles de niños y niñas que no tuvieron un plato de comida en su mesa.
Las escuelas cerradas, y la presencialidad suspendida, nos quitaron el valioso sentir de dialogar dentro de un aula y de compartir experiencias entre docentes y alumnos. Aún cuando la misma situación se repitió en casi todos los países del mundo, incluso los más desarrollados, muchos docentes argentinos hicieron hasta lo imposible para mantener el vínculo con sus alumnos y alumnas, algo inmensamente valorable.
La gestión del gobierno ante este contexto inédito se acopló a eso mismo, a una situación inédita. Sin manuales que expliquen cómo gobernar en pandemia. Con aciertos atinados cómo la construcción de hospitales modulares, o como el Ingreso Familiar de Emergencia, y con errores tremendos cómo los casos de vacunación vip y aquél fatídico día de abril en donde vimos a cientos de jubilados aglomerados.
Más de 15 marchas opositoras y otras oficialistas, desde que comenzó el aislamiento en marzo de 2020, caracterizaron un año particular. Con consignas de apoyo al gobierno y de repudio también, el derecho de movilizarse y reclamar se vio muy presente.
Aunque en algunos casos bastardeado y subestimado por quienes nunca entendieron el contexto de pandemia que atravesamos todos los argentinos y argentinas.
Eso nos pasó, y mucho más. A un año del primer caso de COVID-19 las vidas cambiaron. La utilización del tapabocas y el alcohol en gel se tornó una sana costumbre en la gran mayoría de la sociedad.
Hoy, nuestra única esperanza además del cuidado, está centrada en la vacunación. En las vacunas, cualquiera sea el laboratorio productor.
Nos emocionamos cuando vemos las fotos de nuestros abuelos y abuelas vacunándose.
Nos emociona entender que nuestra única esperanza comienza a brindar frutos de realidad cómo aquel antídoto que nos permitiría estar más tiempo con quienes tanto queremos.
Nos alegra también ver cómo los y las docentes reciben las primeras dosis de las vacunas contra este virus.
El pronto abrazo entre la profe, el profe, y los alumnos está cada día más cerca tras un año de pantallas frívolas pero necesarias.
Hoy, un año después, nos queda nuestra única esperanza.
La única esperanza que resistió siempre gracias al esfuerzo de muchos. Médicos, docentes, personal de seguridad, de limpieza, de administración, trabajadores de prensa, integrantes de movimientos sociales, funcionarios comprometidos y otros tantos que bien saben cuán importantes son.
A todos ellos y ellas, gracias. Después de un año desde aquel primer caso de coronavirus, acá seguimos y seguiremos.
Y cómo digo siempre, aunque alguno quiera escaparse hacia otros pagos, no hay nada más lindo que ser argentino, que ser argentina.
Martín Fernández Silva
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